
En nuestro club existe la sana costumbre de que cada mes (como mínimo) un miembro prepara una batalla para ofrecérsela a sus compañeros. Éste ejerce como árbitro, diseña el escenario, reparte los equipos y selecciona los ejércitos.Es algo que nos enriquece a todos, ya que cada uno tiene sus preferencias y gustos y ello redunda en que mes a mes nos encontramos luchando bien con los Tercios, enfrentándonos o representando a los franceses de Napoleón, luchando en las Navas de Tolosa o, como es el caso que nos ocupa, luchando en el escenario de la subyugación romana a los pueblos hispánicos a fines del siglo III a.C. Y precisamente ésto es lo grande de nuestro reglamento, que naturalmente puede tener sus fallos, pero que permite, con las reglas específicas de cada escenario, recrear la mayor parte de las batallas que se dieron, al menos hasta la Guerra Franco-Prusiana.
Y es que las motivaciones o inquietudes que cada uno tiene le hace decantarse por una u otra época. Personalmente, mi debilidad es la Antigüedad, y por ello cuando tengo que organizar una batalla, rebusco en conflictos que me parecen interesantes y que no están muy, por decirlo de alguna manera, muy trillados. Así, las batallas de Pirro del Épiro me encantan. Las guerras entre los diadocos también me motivan bastante, sin embargo, para esta ocasión he elegido una batalla que no está excesivamente documentada, situación que suele ser bastante habitual para este período antiguo.
Recientemente, en el último número que recibí de Ancient Warfare, aparecía un artículo de Fernando Quesada Sanz, para mí uno de los mejores investigadores españoles de la guerra en el mundo antiguo, en el que ponía en tela de juicio la común idea de que los iberos sostenían de contínuo una guerra de guerrillas contra el invasor romano.
Con este autor comparto la mayor parte de ideas que propone y ello me llevó a preparar una batalla que, según estos presupuestos, representara de algún modo el modo de hacer la guerra de nuestros ancestro.
Básicamente, las opiniones que este autor nos ofrece redundan en torno al tipo de armamento que aparece en las necrópolis ibéricas y celtibéricas, así como un análisis serio de las fuentes en las que se habla de estos pueblos.
La panoplia ibérica, según Quesada Sanz, sería de algún modo equiparable a la del legionario romano republicano. Los romanos cuentan con el Scutum alargado, que también aparece, aunque con alguna diferencia, en las tumbas y representaciones ibéricas. El pilum tiene un parangón en nuestras tierras con el soliferrum, jabalina enteramente metálica, pero con la misma funcionalidad que su homólogo itálico. Las espadas cumplen la misma función que el gladius. No se tratan de grandes espadas célticas del tipo La Tene, de corte (aunque alguna aparece), sino que son cortas y punzantes, para herir en una formación de escudos, al igual que hacen los romanos. Incluso la famosa Falcata cumple esta misión, a la vez que le permite tajos, haciéndola un arma muy polivalente.

Además, las fuentes literarias hablan de lineas de iberos dentro del ejército de Aníbal, nombrándolos incluso como fiables mercenarios que cubren valerosamente la retirada del ejército en alguna ocasión, sufriendo grandes bajas y manteniendo un combate duro contra los romanos.
Con todo ello, me he decidido a representar una batalla que tuvo lugar en el 205 a.C. en el levantamiento protagonizado por los regulos Indíbil y Mandonio contra el incipiente progreso de la dominación romana de la Península Ibérica.
La documentación es bien escasa, sin embargo si que existe constancia de los números y disposición de los diferentes contingentes ibéricos. Indíbil, tras haber sido derrotado el año anterior por las fuerzas de Escipión, reúne de nuevo un ejército de 30.000 hombres (un tanto difícil hacer guerrilla así ¿no?) y planta cara nuevamente al invasor, a cargo de los propretores Lucio Léntulo y Lucio Manlio Acidino.
Se trata de una batalla en la que he tratado de reflejar la similitud de modos de hacer la guerra de dos culturas mediterráneas, con influencias comunes, aunque con sus diferencias. Pequeñas reglas de escenario y calificaciones de los factores de combate de las tropas hacen que se reconozca el modo de combatir de las legiones republicanas, así como se refuerza un poco la idea del ibero como un infante fiable, que es capaz de sostener una línea de combate. Es un escenario en el que ambos ejércitos cuentan con sus ventajas y desventajas. Por un lado, los iberos tienen una sensible superioridad numérica, mientras que los romanos cuentan con un mejor entrenamiento y una estructura un tanto más sólida.
En fin, espero que resulte una buena batalla. A veces resulta un poco complicado equilibrar un escenario, dando jugabilidad sin que pierda el sabor histórico. Personalmente, me encanta el investigar acerca de una batalla, indagar quiénes eran los contendientes, cómo luchaban o que factores tuvieron que ver en una u otra situación...
Para aquellos que no gusten de los juegos de guerra históricos, estas reflexiones pueden resultar un poco extrañas, sin embargo a mi modo de ver, la representación de una batalla mantiene una relación directa entre una pequeña investigación histórica y su interpretación mediante un reglamento para representarla. No me vale jugar por jugar. Disfruto realmente con el encanto de una batalla estudiada. Desearía que así fuese para ésta...
Bueno, sólo me resta desear fortuna a ambos contendientes y ¡Que los Dioses de cada uno le acompañen en la guerra!
Comentarios