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Hacia Italia


Mi nombre es Filocles. Soy griego de origen, aunque criado en el barrio de Megara, de la ciudad de Kart-Hadtha, a la que los romanos llaman en su rígido latín Cartago. He pasado toda mi infancia y pubertad en los arrabales del cothon , viendo a nuestro barcos mercantes entrar y salir constantemente. Sin embargo también he sido testigo de la decadencia de nuestra flota militar, desarbolada practicamente desde nuestro primer enfrentamiento con los romanos. Ahora, en manos de incapaces almirantes, es incapaz de mantener un control sobre las rutas comerciales, las cuales se han tornado inseguras y arriesgadas.

Mi relación con la familia de los Barca viene de antiguo. Mi familia siempre ha estado vinculada a ellos desde que mis abuelos se afincaron aquí y, aunque considerados metecos, extranjeros, siempre hemos tenido gran amistad. Mi padre, banquero, les aconsejaba y administraba en gran parte de sus negocios y es por ello que ahora yo me encuentre aquí, en Iberia, cerca del río Hiberus, con el ejército de Asdrúbal Barca, el hermano de Aníbal. Asdrúbal y yo crecimos juntos y, cuando comenzaron las hostilidades nuevamente con los romanos, no dudé en acompañar a mis amigos hacia la guerra, para narrar sus campañas en tierras hispanas e italianas.

De este modo, y si los dioses me permiten conservar la vida tras el combate, me dispongo a narraros el enfrentamiento que tendrá lugar en tierras de los iberos entre el ejército de Asdrúbal Barca, compuesto por lo más selecto de las tropas cartaginesas junto a mercenarios iberos, celtíberos, baleares y numidas, y las legiones de Publio y Cneo Cornelio Escipión, los notables romanos que pretenden poner fin al intento de mi compañero de batalla Asdrúbal de tomar la misma ruta que su hermano Aníbal y socorrerle en la península itálica.

Por ahora, no me queda más que afilar mi xiphos y pulir mi hoplon, mientras contemplo al multilingüe ejército de Asdrúbal: morenos cartagineses, de semítico semblante, con sus lanzas y escudos pintados con motivos esquemáticos de la diosa protectora, estrellas o caballos, con sus corazas de lino blanco y sus cascos tracios; los numidas, oscuros, ligeros, armados sólo con sus jabalinas y sus escudos de madera o mimbre, cuidando a los caballos que mañana les conducirán a la batalla; o los adustos iberos, de diversos pueblos y etnias, gente dura y peligrosa, fuertemente armados, guerreros fiables y espina dorsal de nuestro singular ejército.
Sólo ruego a mis veleidosos dioses que me permitan continuar con vida tras la batalla de mañana para narrar las gestas de los bárquidas.

Que Tanit y Zeus sean con vosotros

Filocles de Kart-Hadtha

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