Mi sobrino Demócrito me pregunta si estoy inquieto. No hay razón alguna para estarlo. Si te refieres, Demócrito, a la llegada a la corte de Susa de la noticia de la victoria de Filipo en esa batalla, ¿cómo se llamaba?, Queronea, gracias, sobrino, no hay de que preocuparse. La corte de Susa anda preocupada, eso sí es verdad, tal como me cuenta mi amigo Artobarzanes, pero ninguno de sus habituales parásitos ha ido más allá de los muros de la ciudad. Lo que conocen de los griegos les llega por boca de aquellos griegos que comen cada día a costa del rey de reyes, y que han sido expulsados de su ciudad.
Demócrito, siempre te recuerdo que cuando fui embajador del gran rey en Atenas, hace ya muchos años, aproveché el tiempo y viajé por casi toda Grecia. ¿Quieres que te diga cómo son los griegos? Son pendencieros, tramposos, filibusteros y el pueblo más amante de los "dáricos" que conozco, no he visto nunca una civilización tan corrompida y pagada de sí misma como la griega. En resumen, Demócrito, son un atajo de pastores y campesinos hambrientos.
Demócrito me dice que ese Filipo debe ser un gran rey. Debes saber que sólo hay un gran rey, el rey de reyes Darío, ese Filipo es un harapiento pastor de las montañas macedonias que se cree destinado a la gloria. Persia es un imperio que llega a los confines de la India, y más le valdría olvidarse de Occidente y de su trigo podrido y estrechar lazos con los reinos de Catay.
Demócrito me pregunta por qué no temo a los griegos. Yo le respondo que, para tranquilidad de Persia, nunca se pondrán de acuerdo, y si lo hacen, volveremos a comprarlos para que se enzarcen en luchas fratricidas. Siempre ha sido así.
Ciro.
Comentarios
Gran batalla hicimos el otro día. Como "pérfido griego" me gustó mucho. Dimos, creo, una lucha complicada a los orgullosos macedonios.